Crimen Organizado
Influencers
En las fotografías que atestiguan su vida anterior, Lidia Vanessa Gurrola Peraza encarna una fantasía de lujo y éxito. Sonriente frente a la Torre Eiffel, relajada en las playas de Dubái o luciendo una corona como reina de belleza en su natal Sinaloa, proyectaba la imagen de una influyente triunfadora. Esa narrativa, cuidadosamente construida, se desvaneció la semana pasada tras las rejas del centro de detención femenil de Las Colinas. Allí, la modelo, de 32 años, espera su audiencia fijada para el 20 de octubre, por la acusación de un cargo que contrasta brutalmente con su vida pública: homicidio en primer grado.
La detención de Gurrola, que ocurrió el 9 de octubre de 2025, destapó un complejo caso que entrelaza el mundo del modelaje, las redes sociales y la violencia del crimen organizado transnacional. Las autoridades de San Diego la señalan como la presunta responsable del asesinato de un hombre identificado como “El Chato”, presunto operador del debilitado; pero aún letal, Cártel de los Arellano Félix.
De acuerdo con la información, el crimen ocurrió durante la noche del pasado 17 de febrero de 2024, en University City. Un tranquilo vecindario residencial cercano a la frontera con Tijuana, donde las detonaciones de arma de fuego pusieron alerta a los vecinos.
Los reportes de la policía sugieren que la escena presentaba un cuadro de violencia precisa: una persona fallecida junto a un vehículo. Y otra herida cerca de un complejo de apartamentos. La víctima fatal era “El Chato”, quien, a pesar de sus vínculos conocidos con el narcotraficante Edwin Huerta Nuño, “El Flaquito”, no contaba con procesos judiciales activos al momento de su muerte.
Lo que en un principio parecía un ajuste de cuentas entre facciones criminales, adquirió una dimensión completamente distinta con la implicación de Vanessa Gurrola. La investigación, que se extendió por más de un año y siete meses, logró documentar una conexión crucial: la modelo y el operador mantenían una presunta relación sentimental.
Fotografías y videos, que circularon en redes sociales antes del crimen y que ahora forman parte del expediente judicial, fueron elementos clave para que las autoridades integraran el caso en contra de la modelo e influencer.
El nombre de Gurrola irrumpió en el discurso público del narcotráfico meses antes de su arresto. En septiembre de 2024, una serie de volantes lanzados desde avionetas sobrevolaron los cielos de Mazatlán, Culiacán y Los Mochis. Estos panfletos, una forma de comunicación y amedrentamiento común en la guerra entre cárteles, incluían su fotografía y nombre, señalándola como presunta operadora de “Los Chapitos”, la facción de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Los textos, que también mencionaban a la maquillista Sheila Paola Urías Vázquez, acusaban a este grupo de actividades como el lavado de dinero a través del sector inmobiliario, extorsión y tortura. E incluso proporcionaban números de contacto de la DEA y autoridades mexicanas.
No obstante, no se estableció, de manera oficial, un vínculo directo entre el asesinato de “El Chato” y la pugna actual entre Los Chapitos y los Arellano Félix. Lo que deja abierta la puerta a motivos más personales o a dinámicas internas aún no esclarecidas.
Antes de su notoriedad involuntaria, la carrera de Vanessa Gurrola se cimentó en su belleza y en un peculiar giro del destino: su notable parecido con Emma Coronel Aispuro, la esposa de “El Chapo”. Este parecido la catapultó a una fama viral, llegando a ser conocida en medios y redes sociales como “la doble de Emma Coronel”, una etiqueta que ella misma supo capitalizar. En una entrevista televisiva en 2019, reconoció con pragmatismo que la confusión le había beneficiado. “No me molesta, incluso han subido mis seguidores”, declaró entonces.
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Hoy, su cuenta de Instagram, con sus 1.4 millones de seguidores, es un archivo silencioso de esa vida dual: un catálogo de viajes y lujos que ahora sirve como contexto para una acusación que podría condenarla a cadena perpetua. La historia de Lidia Vanessa Gurrola, de 32 años, ya no es la de una reina de belleza o una influencer viajera, sino la de una mujer cuyo caso judicial promete desentrañar las peligrosas intersecciones entre la fama digital y las sombras del crimen organizado.