Actriz
Francia
Brigitte Bardot, cuya belleza salvaje, desinhibición en pantalla y turbulento rechazo a su propia fama la convirtieron en el epítome del glamour y la revolución sexual europea de mediados del siglo XX, falleció en su hogar en Saint-Tropez el pasado 28 de diciembre, a los 91 años.
Su muerte, confirmada por su fundación en defensa de los animales, se atribuyó a causas naturales. Con ella no sólo se apaga una de las últimas grandes estrellas del cine clásico francés; sino que también un fenómeno cultural que trascendió el celuloide para encarnar, y luego desafiar, las fantasías de una generación.
“La Fundación Brigitte Bardot anuncia con inmensa tristeza el fallecimiento de su Fundadora y Presidenta, la Sra. Brigitte Bardot, actriz y cantante de renombre mundial, quien decidió abandonar su prestigiosa carrera para dedicar su vida y energía a la defensa de los animales y a su Fundación”. Publicó la fundación en redes sociales.
La irrupción de Bardot en el film de Roger Vadim Y Dios creó a la mujer (1956) –con una sensualidad natural, descalza y despreocupada– fue un misil contra las rígidas convenciones morales de la posguerra. En la pantalla, su melena rubia, mirada entre desafiante y vulnerable, y su cuerpo, que se movía con una libertad casi animal, ofrecían una versión de la feminidad alejada del pulido estudio de Hollywood.

Brigitte Bardot nació en París en 1934 en una familia burguesa, estudió danza clásica antes de ser descubierta, a los 15 años, por la revista Elle. Su matrimonio a los 18 años con el director Vadim, apenas tres años mayor, fue la chispa que encendió la mecha. Vadim no sólo la dirigió en su obra más emblemática, sino que moldeó su imagen pública, liberando a la musa que llevaba dentro. La película, filmada en Saint-Tropez, no sólo catapultó a la actriz a la fama global, sino que transformó esa aldea pesquera en el santuario de la jet-set internacional.
A lo largo de la década de 1960, Bardof consolidó su estatus con filmes como Una parisina (1957), En caso de desgracia (1958), La verdad (1960) –donde demostró una capacidad dramática a menudo subestimada–, y El desprecio (1963) de Jean-Luc Godard. En esta última, de manera metalingüística, plasmó su propia crisis como objeto de deseo dentro de la maquinaria cinematográfica. Trabajó con los directores más relevantes de la época: Henri-Georges Clouzot, Louis Malle, Jean Renoir.
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Sin embargo, en 1973, a la increíble edad de 39 años y tras protagonizar cerca de 50 películas, Bardot ejecutó su acto de rebeldía definitivo: se retiró por completo del cine. Cansada de ser “una moneda de cambio” y un “objeto”, según sus propias palabras, encontró un nuevo propósito en el activismo. Fundó la Fondation Brigitte Bardot en 1986, dedicada a la protección de los animales, una causa a la que consagró la segunda mitad de su vida, a menudo con declaraciones polémicas que la alejaron de la simpatía del gran público pero que reafirmaron su inconformismo radical.

Su legado es una paradoja. Fue una feminista involuntaria, que empoderó a mujeres al tiempo que declaraba no serlo. Un símbolo sexual que luego denunció la explotación de ese mismo símbolo. Fue una diva del cine que repudió su arte para abrazar el militantismo.
En términos de reconocimiento formal, Bardot rechazó honores oficiales, como la Legión de Honor, en protesta por las políticas gubernamentales hacia los animales. No obstante, su contribución cultural fue reconocida con el Premio Lumière honorífico en 1999. Y una Palma de Oro honoraria en el Festival de Cannes en 2003, un tributo a una carrera que, a su manera, había redefinido el arte cinematográfico y la imagen de la mujer moderna.
Dejó atrás un mundo que ella ayudó a crear, pero al que siempre se negó a pertenecer del todo. Como escribió una vez la filósofa Simone de Beauvoir: “Bardot no representa a la mujer ordinaria, sino al género femenino tal como lo sueñan los hombres y tal como otras mujeres temen ser.” Su muerte cierra un capítulo esencial de la historia del cine, pero el mito de BB, ese torbellino de encanto, intransigencia y libertad, permanecerá indeleble.