Niño Sicario
Tabasco
En las primeras horas de la madrugada del domingo, durante una operación de vigilancia en una zona rural de Tabasco, efectivos de la Fuerza Interinstitucional de Reacción Táctica (FIRT) Olmeca, perteneciente a la SSPC, detuvieron a un presunto líder criminal conocido en los círculos del narcotráfico como “El Niño Sicario”. Lo que convierte este arresto en un emblema de una crisis más profunda es la edad del detenido: 14 años.
Al adolescente, identificado por las autoridades como Derek Jair “N”, y también apodado “El Niño Piedra”, lo capturaron junto a un presunto cómplice, José Asunción “N”, alias “El Chuncho”, cerca de la carretera Villahermosa-La Isla. De acuerdo con informes oficiales citados por medios locales, los agentes de la FIRT los ubicaron cuando trataban prender fuego a una vivienda.
El operativo, que contó con la coordinación de un grupo táctico estatal, denominado “Comando Tiburón”, estuvo a punto de convertirse en una tragedia. Al percatarse de la presencia policial, el adolescente intentó accionar una subametralladora Intratec de calibre 9 milímetros, según las versiones oficiales. El arma, sin embargo, se encasquilló, un fallo técnico que evitó un enfrentamiento sangriento y permitió a los agentes reducir a los sospechosos sin que se registraran víctimas.
En el registro posterior, las autoridades decomisaron el arma, con un cargador y 23 cartuchos, una mochila con dosis de marihuana y cristal, y varios mensajes escritos a mano en cartulinas de colores, dirigidos como amenazas a grupos rivales. Pero la evidencia más escalofriante, se halló en el teléfono móvil del menor de edad: videos que presuntamente mostraban a una mujer que había sido secuestrada y liberada. E imágenes del asesinato de otra víctima, cuyo cuerpo presuntamente enterraron en una propiedad de la región.
La investigación señala que el menor operaba como presunto líder de una célula al servicio de un criminal más poderoso, conocido como “El Chicle”, quien actualmente cumple condena en una prisión estatal. Este modus operandi, donde un capo encarcelado sigue dirigiendo operaciones a través de lugartenientes, muchos de ellos menores, subraya la resiliencia y adaptación de las organizaciones criminales.
El caso de “El Niño Sicario” no es una anomalía, sino un síntoma de un problema nacional de larga data. Organizaciones de defensa de los derechos humanos, como la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), documentaron durante años la sistemática cooptación de menores por parte del crimen organizado. La organización estima que, en un periodo de apenas cuatro años —de 2006 a 2010—, más de 25 mil niños y adolescentes estuvieron involucrados en diversos niveles con estos grupos.
La historia de “El Niño Sicario” evoca los casos de otros adolescentes cuyas brutales carreras criminales conmocionaron a México y atrajeron la atención internacional.
A Édgar Jiménez Lugo, “El Ponchis”, lo reclutó el Cártel del Pacífico Sur cuanto tenía 11 años. Según su propio testimonio tras su captura a los 14 años, lo secuestraron, drogaron y adoctrinaron. Sus funciones escalaron rápidamente desde la vigilancia hasta la participación directa en ejecuciones, mutilaciones y decapitaciones. Actos que confesó a las autoridades con una frialdad que horrorizó al país.
En un patrón diferente pero igualmente revelador, la historia de “Juanito Pistolas” ilustra cómo algunos jóvenes son integrados no por la fuerza, sino a través de una cultura que los idealiza. Este adolescente se unió a La Tropa del Infierno, el brazo armado del Cártel del Noreste, una organización conocida por reclutar y entrenar específicamente a jóvenes para el sicariato. A los 16 años, “Juanito” murió en un enfrentamiento con la Marina; pero no antes de que su figura se convirtiera en un símbolo dentro de esa subcultura, inmortalizada en corridos y canciones de narco-rap que circulan ampliamente en línea.
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La detención de “El Niño Sicario”, en Tabasco es, en esencia, otro capítulo sombrío en esta narrativa continua. Los detenidos y las evidencias quedaron a disposición de la Fiscalía General del Estado, que ahora enfrenta el complejo desafío de impartir justicia en un caso que es, a la vez, un delito grave y una tragedia social: cómo procesar a un niño acusado de los crímenes de un hombre, y cómo romper el ciclo que lo colocó allí.