Donald Trump
Estados Unidos
Guardia Nacional
El presidente Donald Trump anunció el despliegue de 800 efectivos de la Guardia Nacional, así como también tomará el control del Departamento de Policía de Washington D.C. El mandatario justificó la medida como una respuesta a una “ola de crimen descontrolado”. En un discurso cargado de retórica belicista, Trump describió la capital como un territorio “tomado por bandas violentas y criminales sanguinarios”, prometiendo restaurar el orden con mano dura.
“La tasa de homicidios en Washington hoy es más alta que la de Bogotá, Colombia, Ciudad de México, algunos de los lugares que se dice que son los peores del planeta”. Declaró Trump.
No obstante, los datos contradicen su narrativa: la delincuencia violenta en 2024 alcanzó su nivel más bajo en tres décadas, con una reducción del 35 por ciento en homicidios y un 53 por ciento en robos de autos respecto al año anterior. La alcaldesa del distrito de Columbia, Muriel Bowser, calificó la medida de “sin precedentes e innecesaria”, señalando que Trump parece ignorar las estadísticas o manipularlas para fines políticos.
La estrategia de Trump se ampara en la Ley de Autonomía de 1973, que permite al presidente asumir el control policial por 48 horas en “emergencias”, con extensiones posibles hasta 30 días. Es la primera vez que se invoca esta cláusula en la historia. Pero el trasfondo es más complejo.
A diferencia de otros estados, el presidente tiene autoridad directa sobre la Guardia Nacional en D. C., sin necesidad de aprobación local. Los efectivos desplegados realizarán labores logísticas y de “presencia física”. Sin embargo, existen límites constitucionales, pues extender la intervención más allá de 30 días requeriría aval del Congreso, algo improbable dada la división partidista.
El fiscal general del distrito, Brian Schwalb, ya anunció desafíos legales, argumentando que no existe una “emergencia real”. Mientras, la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) alerta sobre el peligro de normalizar el uso de fuerzas militares en tareas civiles, una táctica asociada a regímenes autoritarios.
El movimiento no es aislado. Trump desplegó tropas en Los Ángeles y amenazó con intervenir Chicago, siempre apuntando a ciudades gobernadas por demócratas. Analistas ven un patrón:
Trump vinculó su operativo a un plan para “embellecer” la capital, ordenando el desalojo de personas sin hogar de zonas federales. Aunque prometió realojarlos “lejos de la ciudad”, no especificó cómo ni dónde, generando temor entre organizaciones sociales.
El paralelismo histórico es inevitable. Como escribió Alexander Hamilton en El Federalista, líderes que comienzan como demagogos suelen terminar como tiranos. Trump ha acumulado gestos inquietantes:
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Aunque Estados Unidos dista de ser una dictadura, la retórica de Trump —que elogió el poder “absoluto” de Putin— preocupa a defensores de la democracia. La medida podría ser un show mediático para galvanizar a su base antes de las elecciones intermedias. Pero también marca un precedente peligroso: la militarización de la seguridad interna bajo pretextos cuestionables. Como resume Mónica Hopkins de la ACLU: “Esto debería alarmar a todos, no solo a Washington”.