Política internacional
Tras varios días de escrutinio de boletas en varios estados quedó claro que el actual presidente Donald Trump no seguirá al frente de la nación más poderosa del orbe. El destino del trumpismo, por otro lado, es diferente: no va a desaparecer. Y el propio Trump puede permanecer en el centro de la atención política incluso después de haber abandonado la Casa Blanca.
A medida que la batalla por el Colegio Electoral se extendía a tiempos extra, los resultados destacaron las formas en que los cuatro años de Trump en el cargo han dejado su sello en el mapa político estadounidense. Sin haber logrado suficiente apoyo para permanecer al frente del gobierno estadounidense, ha cambiado la política de su país de una manera que es peligrosa para el partido Republicano y será difícil de deshacer.
Sea lo que sea lo que alguna vez representó el partido Republicano, los votantes hoy lo asocian con una sola cosa: Donald Trump. Los demócratas acudieron a las elecciones creyendo que esto sería un verdadero desastre para la fortuna de los republicanos. No lo fue. En lugar de una ‘ola azul’, el resultado fue una contracorriente turbulenta que impulsó las ganancias de sus rivales en la Cámara de Representantes y limitó los avances de los demócratas en el Senado, incluso pese a que Joe Biden consiguió revertir algunos estados que en la elección de 2016 se sumaron a la columna de Trump.
La señal más clara de por qué eso es un problema para los republicanos llegó de los estados cuyos resultados electorales salieron más rápido. Estos confirmaron que los votantes en los suburbios se alejaron del partido Republicano. La victoria de Biden confirma que el realineamiento de los suburbios de rojo a azul se ha acelerado durante el tumultuoso mandato de Trump.
En 2016, aunque perdió ante Trump, Hillary Clinton superó el desempeño de Barack Obama en los suburbios de Arizona y Texas. En 2018, los votantes expulsaron a los titulares republicanos en áreas suburbanas alrededor de Dallas-Fort Worth, Denver, el Distrito de Columbia (norte de Virginia), Minneapolis, Nueva York (norte de Nueva Jersey) y Filadelfia, entregando a los demócratas el control de la Cámara de Representantes. Ese debilitado apoyo republicano, especialmente entre los profesionistas blancos con educación universitaria, parecía ser un mal presagio para Trump, pero nadie podía estar 100 por ciento seguro. “En 2018, no era realmente evidente cuán impopular era Trump en esos suburbios, porque no había ninguna carrera presidencial que se estuviera jugando en la boleta”, dice David Wasserman del apartidista Cook Politica Report. El 3 de noviembre sí estaba en juego la Casa Blanca y el veredicto no fue bueno.
La revuelta suburbana contra Trump y el partido Republicano se mantuvo en la mayoría de las áreas en las que los demócratas ganaron hace dos años. Pero no se extendió a las zonas metropolitanas más pequeñas y con tendencia a votar republicano, como Cincinnati, Indianápolis y San Luis, que esperaban agregar este ciclo o llegar a los distritos en Texas que esperaban ganar para el Congreso. Y la ola azul de 2018 disminuyó, costando escaños a los demócratas en distritos suburbanos como el quinto de Oklahoma y el primero de Carolina del Sur, donde los republicanos recuperaron el control. Después de las elecciones de 2018, un estribillo popular entre los estrategas republicanos fue que los votantes suburbanos tal vez no amen a Trump, pero estaban felices de votar por su representante republicano local. Al menos en los estados rojos, eso todavía parece ser cierto.
Sin embargo, durante cuatro años, Trump ha llevado al partido Republicano al borde de la extinción en los suburbios de Estados Unidos, porque la mayoría de los votantes lo encuentran repugnante.
Esta tendencia es más pronunciada en las áreas del país que están creciendo más rápido, como el condado de Maricopa en Arizona, que abarca los suburbios de Phoenix. En 2012, Mitt Romney venció a Barack Obama allí por 147 mil votos. En 2016, Trump superó a Clinton por 41 mil. Este año, cuando se cuenten todas las papeletas, el margen de Biden podría acercarse a los 150 mil votos, consolidando Arizona, un cimiento de la coalición electoral republicana durante décadas, como un nuevo estado ‘columpio’ o al menos un campo de batalla electoral.
Los republicanos no pueden construir una coalición de gobierno sólida sin antes averiguar cómo solucionar su problema suburbano. “Es simple de decir, más difícil de hacer”, asegura Kirk Adams, el expresidente republicano de la Cámara de Representantes de Arizona, quien representó a un distrito en un suburbio de Phoenix. “La gente de esas zonas quiere que el gobierno funcione. Quieren que sea eficaz y que resuelva problemas. No quieren estar asociados con nada que tenga siquiera un tinte de racismo. Para que el partido Republicano los recupere, se requerirán candidatos que hablen de los temas que les preocupan y que lo hagan de una manera civilizada e inteligente”.
Pero durante los últimos cuatro años, todo el impulso ha ido al revés. Los políticos republicanos de todos los niveles han aprendido que el camino hacia el éxito en la era de Trump implica alabar y emular al presidente. Y es poco probable que los resultados, mejores de lo esperado del 3 de noviembre, impulsen un movimiento de cambio. Romper con él ahora, incluso tras su derrota, resulta casi imposible. Actualmente, muchos votantes republicanos muestran más entusiasmo por QAnon, la teoría de la conspiración pro-Trump y antidemocrática, que por volver a la sobria competencia de gente como Mitt Romney. El índice de aprobación de Trump con los votantes republicanos ronda el 90 por ciento, y los conservadores moderados y #NeverTrump que se oponen a él se han ido o han sido expulsados del partido. No hay un candidato obvio para llevar al partido Republicano de regreso al centro.
La historia reciente ya incluye un intento de rehabilitación a gran escala que fracasó. Después de la derrota de Romney en la elección de 2012, el Comité Nacional Republicano realizó una ‘autopsia’ de las causas de ese fracaso y cómo el partido podría recuperarse. Su conclusión fue que el partido debía adoptar la reforma migratoria y presentar una imagen más suave y acogedora para atraer a las minorías, la generación millennial y las personas LGBTQ; la propuesta fue completamente ignorada. En cambio, Trump emergió como la figura galvanizadora, empujando al partido en la dirección opuesta. Es un papel que parece poco probable que ceda, independientemente del resultado de este año.
“No veo ningún apetito por una autopsia, ni por la anterior ni por una nueva”, comenta Tim Miller, exestratega de Jeb Bush. “Creo que habrá una minoría muy pequeña en Washington D.C. y un puñado de personas en el Congreso que quieran ver cómo el partido puede renovar y ampliar su atractivo. Pero todos los incentivos en el mundo de los donantes pequeños, en Fox News y en Twitter todavía apuntan a la fórmula de Trump de duplicar el agravio de los blancos y empujar las tonterías populistas contra la élite. Simplemente no hay ganas de reforma”.
Algunos datos poselectorales de este año apuntan a que, incluso, existen argumentos para considerar que la fórmula empleada por Trump fue efectiva, en cierta medida para mantener a raya la ‘ola azul’. Uno de los sectores de los que más se esperaba un posible repudio hacia el actual mandatario eran los hispanos, sin embargo, y pese a que al final la mayoría de ellos votó por Biden, Trump mejoró su desempeño en ese grupo en varios estados.
De acuerdo con datos de Americas Society Council of the Americas (AS/COA), el porcentaje de latinos que apoyaron a Trump pasó de 29 por ciento en la elección de 2016 a 32 por ciento en los comicios de la semana pasada, la cifra más elevada desde 2004. Pese a sus constantes ataques a los hispanos y su dura política migratoria, el actual presidente mejoró sus resultados electorales en estados como Texas, Florida, Nevada y Ohio. Pese a ello, los republicanos están lejos de competir cuello a cuello con los demócratas por el voto hispano en general.
Un partido que sigue esclavizado por las obsesiones peculiares de Trump (antipatía por los cubrebocas; la computadora portátil de Hunter Biden; el supuesto socialismo de Kamala Harris) probablemente no lo tendrá fácil para convencer a los votantes de los que se aleja. Que los republicanos puedan corregir el rumbo y atraer a las mujeres de los suburbios y otras personas que se han pasado a los demócratas dependerá de cómo el partido llegue a comprender su difícil situación.
Incluso la derrota de Trump no garantiza que los republicanos se embarcarán en el proceso de hacer los ajustes necesarios. “Cuando un partido pierde, especialmente cuando pierde mucho, la pregunta es cuál se convierte en la interpretación dominante dentro del partido de por qué perdieron”, dice David Hopkins, profesor de ciencias políticas en Boston College. “Cuando los demócratas perdieron hace cuatro años, la interpretación dominante que se llevaron fue ‘No nominemos a una mujer’. Con Trump, creo que la pregunta será: ¿fue un desastre personal del candidato? ¿O será la interpretación de que Trump fue un mártir de la izquierda, destruido por los medios de comunicación, el estado profundo, las boletas falsas por correo, China, etc., y la lección es luchar aún más duro y llegar más lejos que él?”.
El mayor comodín en el futuro del partido es el propio Trump y qué camino elija a continuación. Tras su derrota, corre el riesgo de que le roben el centro de atención que ha recibido con una consistencia castigadora desde que se convirtió en candidato hace cinco años. Para alguien que anhela atención y relevancia como Trump, debe ser un pensamiento doloroso. Pero hay una manera sencilla de evitar el olvido: podría darse la vuelta e inmediatamente postularse para la presidencia nuevamente en 2024. Ya tiene suficiente apoyo para perseguir de manera creíble la nominación y presentaría un obstáculo abrumador para cualquier otro candidato republicano.
“Definir la base de Trump es complicado, pero hay un grupo claro de intransigentes”, dice John Sides, un científico político de la Universidad de Vanderbilt que ayuda a supervisar la encuesta de Nationscape del Fondo para la Democracia de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA). “Hemos estado entrevistando a las mismas personas a lo largo del tiempo, y aquellos que tienen una opinión alta y constante de Trump son quizás el 20 por ciento de los encuestados”. Eso es más apoyo que el que tiene cualquier otro republicano.
Declarar su candidatura también podría atraer a Trump por razones que no tienen nada que ver con querer regresar a la Casa Blanca. En privado, ha expresado su ansiedad a sus aliados sobre el escrutinio de los fiscales en Nueva York y las posibles investigaciones federales sobre su imperio empresarial que podrían surgir una vez que deje el cargo. Un abogado demócrata señala que, si Trump perdiera y se declarara candidato para 2024, podría afirmar que cualquier investigación tuvo motivaciones políticas y fue diseñada para frustrar su regreso a la presidencia.
Algunos aliados de Trump no imaginan ningún escenario en el que abandone voluntariamente la Casa Blanca, una posibilidad que complicaría enormemente el esfuerzo del partido para ir más allá de él y renovar su atractivo para las amplias franjas del electorado que han desertado hacia los demócratas. “Solo pueden suceder dos cosas: Trump gana o se lo roban”, dice Steve Bannon, estratega jefe de Trump en las elecciones de 2016. “(Presuntos candidatos presidenciales republicanos) Josh Hawley, Tom Cotton, Nikki Haley y Mike Pompeo pueden no darse cuenta, pero se postulan para vicepresidente en la boleta de Trump en 2024”.
Sin una bola de cristal, nadie puede saber si Trump regresará a la Casa Blanca el próximo año o en el futuro, o si lo intentará. Bannon ha agregado un incentivo para promocionar la fuerza de Trump y menospreciar a sus rivales, ya que fue acusado de fraude en agosto y se beneficiaría de un indulto del presidente. Pero una predicción de él parece una apuesta segura, y una que definitivamente inducirá migrañas en los líderes republicanos ansiosos por dejar atrás al mandatario: “No se va a ir a ningún lado”.